14/12/09

Cretta, resto-lounge


Llegamos. Era 12 de diciembre. Cuando escuché el nombre imaginé comida simplemente deliciosa, y algo abundante.

Debajo del nombre dice “resto-lounge”, lo cual creo es el meollo del asunto. Resulta que es más “disco-bar” que lo anterior, yo supongo que es una confusión de conceptos. Al entrar nos encontramos con tan solo 3 mesas, una como para 4 personas y la que utilizamos que es para 8.

Yo, ingenuamente esperaba encontrar en el ambiente algo del mediterráneo, de las brisas marinas con su olor a sal y tomillo, pero en lugar de eso recibía del aire una manotada de cigarrillo… Sobre las paredes de un azul aturquesado, que me gustó mucho, subían unas cuantas ramas y hojas negras al puro estilo contemporáneo del vinilo, y sobre ellas un cuadro solitario que pretendía contribuir a la isla de Creta.

Llegó pues la hora de hacer los pedidos. La persona que nos atendió era el mismísimo chef del sitio, lo cual de entrada me pareció bastante oportuno y conveniente, así él nos podría informar bien sobre los ingredientes de cada plato. Yo aún no decidía qué pedir. Mis compañeros comensales sin embargo ya estaban en la tarea de preguntar acerca de la composición de los platos, lo cual hizo que el chef-anfitrión tartamudeara un poco al no recordar algunos de los ingredientes, a lo que luego decía: ¡…pero es muy bueno! Menos mal, yo pensé. Creo que eso le puede pasar a cualquiera, lo importante, dije yo, ¡es que recuerde bien la receta!

La comida es, como debe ser, preparada al instante, por lo que habrá siempre que esperar unos hambrientos minutos. ¿Vale la pena?

Mientras tanto fuimos contentados con piqueos de camaroncitos, lo cual encantó a nuestros estómagos. Minutos después venía el chef con otra bandeja de piqueo hacia nuestro lado… Mi compañera comensal(M) hizo a un lado la que estaba vacía sobre la mesa, para que el chef ubicara la nueva, y cuando M le entregaba la bandeja para que se la llevara (cosa que no debía hacer ella, pues era clienta), la inteligente respuesta del chef fue: “eso lo hace el mesero (llevársela)…” Nosoros, por supuesto quedamos boquiabiertos con tal respuesta. Por otro lado, mi trabajo de elección contibuaba: la carta me ofrecía pastas tradicionales como lasagna y canelones cuando yo esperaba una mousakka; el tamaño tipográfico de los precios era mayor que de los mismos platos (literalmente uno veía primero el precio que el plato). Luego cuando quisimos pedir pasta, resulta que por el momento no contaban con pastas… y así.

Hasta que por fín ya todos habíamos hecho los pedidos. Por fin. Uno a uno fueron arribando a los puestos y el mío al final. El olor me invitaba a deborarlo pero frené a raya cuando al primer bocado el Sr. Pescado me supo a emusión de Scott… Decepcionante. No obstante, sé que los demás platos estuvieron bastante bien. Tal vez fui yo la que no estuvo como para comer pescado aquella noche.

Y mientras yo luchaba a muerte por comer, la voz de Zeus era arrebatada por un eufórico Daddy Yankee, el trotar del Minotauro era arrebatado por el estruendo de la gente subiendo a la sección del “lounge”. En lugar de liras, arpas, flautas o cítaras, eran guitarras eléctricas o baterías… 

Mi idea de Cretta resto-lounge quedó en ficción. No es más que un intento por marcar un estilo, de evocar una cultura, una gastronomía, un ambiente diferente; sin embargo en mi opinión se queda corto: es en realidad un bar con la opción de comer bien antes de la farra.

Cretta se encuentra en el Centro Comercial La Piazza Ceibos, local C-23/C-24 A

N.G.

23/11/09

Mariscos Azul


Los mariscos siempre me hacen escuchar el golpear de las olas aunque me encuentre dentro de la ciudad repleta de pitos histéricos. Es como si pusiera junto a mi oído una caracola y olvidara por un momento que me encuentro acechada por vehículos y edificios y más bien sintiera la tibia compañía del mar.
Llegó el día esperado. Aquél en el que eso de “la próxima vamos a otro lado” se debía cumplir. Solicitaron mi opinión, así que sugerí sin dudarlo Mariscos Azul, donde a apenas había comido dos veces pero las suficientes como para apreciar el buen toque de la comida peruana-ecuatoriana que allí se puede comer.

Me gusta el ceviche peruano, pero me es difícil disfrutarlo por completo dado lo picante, así que opté por el ecuatoriano, un delicioso ceviche de pescado que sabía a dioses. El canguil y el maíz tostado a tiempo y tibiecitos, se sentían frescos, aún crujientes, sobretodo el canguil que suele ser algo parecido a caucho en otros lugares. Pero bueno, mi plato llegó tercero. Antes estuvieron el arroz con mariscos a la paila y la cazuela de mariscos de los otros dos comensales.

El rico olor, ya hasta me estaba haciendo escuchar el ínfimo sonido del escarbar de los cangrejitos en la arena. Un gusto único.

Los platos llegaron con las temperaturas apropiadas como para mantener el apetito hasta el final. Todos quedamos verdaderamente satisfechos. La atención estuvo bien, no hubo ninguna suerte de confusión ni omisión en los pedidos, pese a que un poquito demorada, lo cual se comprende ya que el lugar estaba casi lleno.

Nos despedíamos del mar, mientras al compás de los semáforos retornábamos a la ciudad.

Mariscos Azul está ubicado en Las Monjas y Víctor Emilio, diagonal a Génesis (Guayaquil). Un sitio pequeño y acogedor.

N.G.

11/8/09

El Cantonés...

Suelo ir con mis padres a El Cantonés, hasta la última vez que fuimos nunca nos había decepcionado (tanto), precios razonables, comida con buen sabor y caliente, aunque de repente uno deba esperar un poco más de lo debido…

El domingo pasado estuve nuevamente con mis comensales, con mucha hambre y dispuestos a recibir un buen servicio. Nos acomodamos en una de las mesas más cercanas a la salida de los platos, no fue intencional, pero definitivamente un error. Se siente mucho más larga la espera porque uno ve pasar cada plato, para una mesa, para otra, menos para la propia. Y así el estómago languidece más. Entonces, para amortiguar el hambre pedimos una porción de wantán. Yo los imaginaba ya crocantitos entre mis dientes, con la salsita y todo.

Cinco minutos, “Oiga, pedimos una porción de wantán…”, dije a uno de los meseros que a tiempo cruzó por ahí.
Diez minutos, “Oiga, aún no nos traen la porción de wantán que pedimos…”, “¿Todavía no? Oh, disculpe…”, y el mesero desapareció.
Luego de cinco minutos más llegaron: no muy crocantes y no muy calientes. Primera decepción, pero era mucha el hambre.

Enseguida empezaron a llegar nuestros platos: Pollo en salsa agridulce, el mío, se veía apetitoso en realidad, y calientito, pero decidí esperarme a que lleguen los otros para comer. Luego arribó la Chuleta tropical para mi padre, que también tenía muy buena cara. Con el permiso de madre empezamos, y mientras que las chuletas fueron un éxito, el pollo se convertía en la segunda decepción: se les había pasado la mano con la maicena y con lo dulce, al tercer o cuarto bocado yo ya estaba empalagada y con la sensación de que si comía un poco más iba a necesitar un gran vaso de agua para ayudar. Queriendo ocultar mi decepción ante mis acompañantes continuaba conversando y medio comiendo (o fingiendo hacerlo), ¡hasta que no pude más!

Tuve que decirlo: “Para la próxima creo que vamos a otro lugar.”
Para ese momento, la Sopa marinera de madre ya estaba por la mitad, y por suerte había también resultado un éxito. Al ver que no despegaba mis ojos de su sopa, me ofreció que la terminara. ¡Qué alivio!
Así que intercambiamos y yo concluí la sopa ya con el hambre saciada un poco a tumbos…

Al final, cuando el mesero llegó con la cuenta, sin razón de ser dijo: Son $37,50… ¿Desde cuándo el mesero te dice la cuenta en voz alta!!? Además, yo estaba invitando la comida… En fin, no sé en cuánto tiempo vuelva a El Cantonés, pero sé que lo superaré.
Por lo pronto, cumpliré con mi palabra: Para la próxima creo que vamos a otro lugar.


N.G.

21/5/09

La soledad del Cocolón





Queen’s Dim Sim está ubicado muy discretamente en la ciudadela bolivariana, frente a la iglesia; basta con timbrar y a manera de contraseña preguntar: ¿Están atendiendo? Automáticamente la puerta se abre. Hace un par de semanas estuvimos por ahí, bajo una noche bastante lluviosa. Aquella vez salió a recibirnos uno de los meseros, dejamos el paraguas en el garaje y entramos. Dos señores comiendo y conversando eran los únicos clientes además de nosotros. El mismo mesero que nos recibió tomó nuestra orden: Sopa de Wantán y Chaulafán de Vegetales, y como aperitivo unos pancitos de cerdo.

Mientras esperábamos llegó una extensa familia que colonizó una de las mesas circulares, y posteriormente otro grupo, que hizo lo mismo con otra de las mesas. Y fue en ese momento cuando nos percatamos de el restaurante contaba con un solo mesero, quien se batía hábilmente con las cuatro mesas de comensales. Los 3 pancitos llegaron calientes y listos para ser devorados. Les siguió la sopa, humeando, lo cual es muy importante, generosamente proporcionada de vegetales, wantanes, camarones, y con su consistencia justa, aquélla que la diferencia de las sopas ‘aguachentas’, como diría mi madre. Aun sin terminar la sopa nos llegó el chaulafán, al que personalmente lo encontré bien, mas no digno de repetir, no me mató, no lo sentí tan fresco. Y en eso que comíamos, surge la pregunta de la noche: ¿Qué diferencia hay entre el “Cocolón” y el “Cocolón Solo”?

Resulta que en la carta, en la sección de Arroces, uno se puede encontrar con estas dos opciones, la primera con un valor de $3,30 y la segunda a $8,50. Se trata de un error de la carta? ¿O de verdad hay las 2 opciones? Y si es así, ¿en qué reside la diferenciación? ¿Acaso, el primero está implícitamente solo y el segundo lo está explícitamente, algo así como asumirlo y hacerle frente a su soledad, entendiéndola una característica intrínseca de ser cocolón y una oportunidad de reflexión y encuentro consigo mismo? Muchas preguntas. La próxima vez que vaya tal vez las responda…

II 

Luego de uno o dos meses, no recuerdo, fuimos nuevamente al Queen’s Dim Sim, acompañados de otros 2 comensales, y resulta que la respuesta a mis interrogantes respecto al Cocolón era de lo más sencilla. Es más, ni siquiera tuve que preguntar a quien nos atendió (que esta vez fue el dueño), sino que al hacer el comentario acerca de la aparente discordancia del menú, alguien de nuestra misma mesa me lo dijo:El Cocolón Solo, es de hecho solo cocolón, mientras que el Cocolón (a secas) lleva mezclados vegetales.

* Tal vez, como para no caer en estas paradojas cocolonescas, el menú debería hacer una pequeña corrección, que podría ser: 1. Cocolón y 2. Cocolón con Vegetales.

N.G.

13/3/09

Antojos


El hecho de que existan antojos gastronómicos, me lleva a pensar en su origen. ¿De dónde y cómo surgen esos repentinos deseos de comer algo en particular? Hay tantos aspectos posibles que podrían entrar en juego. Veamos. ¿Se trata solo de algo casual y fortuito; algo que simplemente sucede? En buena medida sí, porque es cierto que de pronto están ahí, movilizando el deseo, el imaginario comelón, los restaurantes u otros locales y puestos de comida más sencillos, los comensales con quiénes compartir y el momento específico, etc. Sin embargo, me parece algo más complejo. En los antojos se conjugan aspectos culturales y obviamente subjetivos con la necesidad biológica de alimentarse o más bien con su signo inconfundible, que es el apetito. Son algo tanto del orden del gusto como del ánimo y las ganas. Algo en lo que incide lo que nuestro paladar, nuestro olfato, nuestra vista -y otros sentidos involucrados pensando en el comer como una experiencia y no como un acto reflejo o mecánico-, han venido probando y seleccionando como sus preferencias o, digamos, referentes. Vistos así, los antojos son como la manifestación de una memoria del gusto y de la complacencia que cada uno posee.

Pero… ¿es posible que la experimentación pueda vincularse a los antojos; algo así como “tengo antojo de experimentar… de probar aquello que nunca he probado”? ¿O solo nos antojamos de lo que ya hemos probado y de lo que guardamos un recuerdo, una imagen, una experiencia, que de pronto surgen y nos provocan? 

En todo caso, sucede también que podemos encontrarnos con una fotografía de un plato espectacular en alguna revista o una preparación en la televisión y quedamos provocados; a veces en un estado de estimulación que puede resultar suficiente para buscar dicha experiencia. En ese sentido, el antojo tiene y proviene del poder de la sugerencia, de esa dimensión que impone sin dictar, que impulsa desde las zonas de lo implícito.

Ya para este momento no sé si hablo tonteras; el grado de inutilidad de estas divagaciones podrá resultar inexcusable para algunos. Podrían extenderse, pero dejemos eso para una buena sobremesa. Parecería, en fin, que el antojo guarda en su naturaleza algo del misterio y de lo indescifrable. A pesar de que siempre se podrá resolver el tema diciendo: un antojo es un antojo, y punto. 

J.C.

16/2/09

Los Asaditos


¿Qué pasaría si al estar comiendo un delicioso choclo con salsa de queso, de pronto escuchas un estrepitoso estornudo a tus espaldas? Bueno, realmente no pasaría mayor cosa. Eso me pasó, mientras comía en Los Asados, y solo volteé a ver quién fue…

Lo terrible sucedió luego cuando al regresar mi cabeza a su estado natural y mi boca hambrienta al choclo, en cuestión de segundos todo el placer se volcó en un tremendo asco al ver que sobre mi pantalón café reposaba un cúmulo de seres microscópicos, agrupados entre una viscosa mezcla de flema, gargajo, moco y todo lo que un griposo puede escupir. Y aquella salsa asquerosa, casi del color del chimichurri, pertenecía al ser que estornudó anteriormente, que resulta era empleado de Los Asados…

Esa noche tuve antojos incontenibles de asaditos, era la segunda vez que iba al sitio y la primera que me sentaba a comer en los asientos como todo el mundo, ya que la primera comí cual lady en el auto. Luego del estornudo, estuve segura de que ésa fue la última vez que comería ahí, y ok, a cualquiera le puede pasar, pero lamentablemente a partir del incidente mi cabeza construyó una asociación desagradable al respecto: Los Asados igual a flema.

Pese a que no volveré en algún tiempo, recomiendo el lugar, situado en Urdesa, a todos quienes gusten de los asados, realmente los hacen bien. Cuando probé las chuletitas sentí que había por fin descubierto un sitio de una de las comidas que más me gustan, los asados.

N.G.