11/8/09

El Cantonés...

Suelo ir con mis padres a El Cantonés, hasta la última vez que fuimos nunca nos había decepcionado (tanto), precios razonables, comida con buen sabor y caliente, aunque de repente uno deba esperar un poco más de lo debido…

El domingo pasado estuve nuevamente con mis comensales, con mucha hambre y dispuestos a recibir un buen servicio. Nos acomodamos en una de las mesas más cercanas a la salida de los platos, no fue intencional, pero definitivamente un error. Se siente mucho más larga la espera porque uno ve pasar cada plato, para una mesa, para otra, menos para la propia. Y así el estómago languidece más. Entonces, para amortiguar el hambre pedimos una porción de wantán. Yo los imaginaba ya crocantitos entre mis dientes, con la salsita y todo.

Cinco minutos, “Oiga, pedimos una porción de wantán…”, dije a uno de los meseros que a tiempo cruzó por ahí.
Diez minutos, “Oiga, aún no nos traen la porción de wantán que pedimos…”, “¿Todavía no? Oh, disculpe…”, y el mesero desapareció.
Luego de cinco minutos más llegaron: no muy crocantes y no muy calientes. Primera decepción, pero era mucha el hambre.

Enseguida empezaron a llegar nuestros platos: Pollo en salsa agridulce, el mío, se veía apetitoso en realidad, y calientito, pero decidí esperarme a que lleguen los otros para comer. Luego arribó la Chuleta tropical para mi padre, que también tenía muy buena cara. Con el permiso de madre empezamos, y mientras que las chuletas fueron un éxito, el pollo se convertía en la segunda decepción: se les había pasado la mano con la maicena y con lo dulce, al tercer o cuarto bocado yo ya estaba empalagada y con la sensación de que si comía un poco más iba a necesitar un gran vaso de agua para ayudar. Queriendo ocultar mi decepción ante mis acompañantes continuaba conversando y medio comiendo (o fingiendo hacerlo), ¡hasta que no pude más!

Tuve que decirlo: “Para la próxima creo que vamos a otro lugar.”
Para ese momento, la Sopa marinera de madre ya estaba por la mitad, y por suerte había también resultado un éxito. Al ver que no despegaba mis ojos de su sopa, me ofreció que la terminara. ¡Qué alivio!
Así que intercambiamos y yo concluí la sopa ya con el hambre saciada un poco a tumbos…

Al final, cuando el mesero llegó con la cuenta, sin razón de ser dijo: Son $37,50… ¿Desde cuándo el mesero te dice la cuenta en voz alta!!? Además, yo estaba invitando la comida… En fin, no sé en cuánto tiempo vuelva a El Cantonés, pero sé que lo superaré.
Por lo pronto, cumpliré con mi palabra: Para la próxima creo que vamos a otro lugar.


N.G.