13/3/09

Antojos


El hecho de que existan antojos gastronómicos, me lleva a pensar en su origen. ¿De dónde y cómo surgen esos repentinos deseos de comer algo en particular? Hay tantos aspectos posibles que podrían entrar en juego. Veamos. ¿Se trata solo de algo casual y fortuito; algo que simplemente sucede? En buena medida sí, porque es cierto que de pronto están ahí, movilizando el deseo, el imaginario comelón, los restaurantes u otros locales y puestos de comida más sencillos, los comensales con quiénes compartir y el momento específico, etc. Sin embargo, me parece algo más complejo. En los antojos se conjugan aspectos culturales y obviamente subjetivos con la necesidad biológica de alimentarse o más bien con su signo inconfundible, que es el apetito. Son algo tanto del orden del gusto como del ánimo y las ganas. Algo en lo que incide lo que nuestro paladar, nuestro olfato, nuestra vista -y otros sentidos involucrados pensando en el comer como una experiencia y no como un acto reflejo o mecánico-, han venido probando y seleccionando como sus preferencias o, digamos, referentes. Vistos así, los antojos son como la manifestación de una memoria del gusto y de la complacencia que cada uno posee.

Pero… ¿es posible que la experimentación pueda vincularse a los antojos; algo así como “tengo antojo de experimentar… de probar aquello que nunca he probado”? ¿O solo nos antojamos de lo que ya hemos probado y de lo que guardamos un recuerdo, una imagen, una experiencia, que de pronto surgen y nos provocan? 

En todo caso, sucede también que podemos encontrarnos con una fotografía de un plato espectacular en alguna revista o una preparación en la televisión y quedamos provocados; a veces en un estado de estimulación que puede resultar suficiente para buscar dicha experiencia. En ese sentido, el antojo tiene y proviene del poder de la sugerencia, de esa dimensión que impone sin dictar, que impulsa desde las zonas de lo implícito.

Ya para este momento no sé si hablo tonteras; el grado de inutilidad de estas divagaciones podrá resultar inexcusable para algunos. Podrían extenderse, pero dejemos eso para una buena sobremesa. Parecería, en fin, que el antojo guarda en su naturaleza algo del misterio y de lo indescifrable. A pesar de que siempre se podrá resolver el tema diciendo: un antojo es un antojo, y punto. 

J.C.